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Está muy extendido el mito de que la creatividad es una chispa que prende de cuando en cuando en la mente de algunos genios. Sin embargo, Todd Henry sostiene que se pueden generar esos “accidentes” creativos de manera regular y el factor esencial para producirlos en las empresas depende de su capacidad para organizarse. El mayor talento creativo sin organización se queda en nada. En cambio, cierta creatividad bien organizada genera innovación. De hecho, una idea sólo llega a convertirse en realidad si bajamos al terreno de la organización.
Puede parecer que ser creativo esté reñido con organizarse bien, pero tenemos claros ejemplos que lo desmienten: Apple -mundialmente reconocida por su creatividad y capacidad innovadora- es una de las firmas mejor organizadas, como manifiesta, por ejemplo, que desde 2008 lidere el ranking de las más eficaces en la gestión de la cadena de aprovisionamiento, por delante de Toyota, P&G o Wal-Mart.
Para que las ideas se conviertan en realidades se precisa seguir cierta sistemática. El chispazo creativo existe pero se queda en nada si no se emplea algún tipo de metodología para llevar las ideas a la realidad, porque las ideas son muy frágiles y desde el mismo momento de su concepción tienen que luchar por su futuro. Precisamente las ideas que resultan frescas lo son porque desafían el statu quo, tienen el potencial de sacarnos del flujo rutinario. Pero al principio raramente son rentables y, en cambio, introducen mucho riesgo a un sistema probado y ajustado. Así que parece lógico que toda idea novedosa se enfrente a una batería de obstáculos antes de tener la posibilidad de materializarse. La pena es que esos obstáculos no diferencian entre buenas y las malas ideas.
A este respecto, el desafío para las organizaciones consiste en aprender a provocar la creatividad permanentemente y no esperar a que llegue la inspiración de manera espontánea y sorprendente. Ciertamente las ideas no surgen por vía de procesos (aunque se han desarrollado diversos métodos eficaces para generar ideas en equipo). En cambio, sí son los procesos los que hacen que las ideas se lleven a cabo. Bastantes empresas gastan mucha energía y recursos tanto en concebir ideas como en examinar el producto final, pero muy poco tiempo y escasos esfuerzos en crear un sistema y un entorno beneficiosos para la parte más importante: el largo itinerario entre la idea y el producto. La creatividad debe emplearse principalmente (aunque no únicamente) en la fase inicial de generación de ideas, en la que se produce un efecto divergente. Pero más adelante, éstas deben someterse a un filtro que acote y seleccione a través de diversas pruebas, para terminar generando proyectos concretos, donde se produce el efecto convergente. Las ideas creativas abren muchas posibilidades; los proyectos de innovación las concretan y llevan a la práctica.
Gestionar la innovación por proyectos facilita la complementariedad entre la agenda operativa y la agenda emergente, sin que los procesos de una colisionen excesivamente con los de la otra.