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hábitos, innovación, innovación colaborativa, management, proyectos
Por definición, lo novedoso es lo que no se ha dado hasta ahora y, por tanto, no se conoce, no se tiene experiencia previa, no se sabe cómo va a resultar. Por eso, la innovación sostenida requiere habituarse a convivir con el riesgo y la incertidumbre, porque son compañeros de viaje de las oportunidades. Precisamente cabe entender la innovación como la respuesta a la incertidumbre: adelantarse, imaginar, pensar, probar, evaluar, dudar y volver a pensar.
Cuando descubrimos un nuevo territorio o un océano azul, se presentan ante nuestros ojos muchas oportunidades pero también surgen temores y nuevas exigencias: de conocimientos, de habilidades, de flexibilidad, de rapidez. Tenemos que aprender a controlar la ansiedad, a la vez que actuamos en un entorno desconocido, por lo que debemos acostumbrarnos a la incomodidad de lo ignoto, incierto e inseguro. Es el momento del coraje, de los prototipos rápidos, de los experimentos con riesgo acotado.
Como ya hemos mencionado en artículos anteriores, hasta las empresas más comprometidas con la innovación necesitan sacar adelante las tareas del día a día, que son las que proporcionan los ingresos del hoy. Hasta ahí, ningún problema. Éstos empiezan cuando advertimos que las nuevas ideas tienen la asombrosa tendencia de ir en dirección contraria a la que llevan las tareas cotidianas (en parte, por eso son innovadoras). Aparece entonces el reto de equilibrar constantemente la tensión entre lo creativo y lo práctico sin que ninguna de las dos dimensiones ahogue a la otra. La empresa innovadora necesita tener como dos velocidades, o dos líneas de acción. Por un lado, lo que podríamos llamar la agenda operativa, en la que se incluyen los procesos ordinarios, en los que también puede haber un componente de innovación incremental a través de la mejora continua. Por otro, la agenda emergente, a la que se adscriben los proyectos más radicalmente innovadores. La primera nos garantiza el presente; la segunda, el futuro. El hábito que debemos desarrollar aquí es el de hacerlas compatibles, sobre todo en lo que se refiere a recursos y resultados.
No debemos asombrarnos si la tensión entre estas dos velocidades genera una especie de desasosiego estructural. Es lo natural. También se dará esa tensión en la agenda personal de quienes desempeñen las tareas directivas: deberán procurar la eficacia en los procesos instalados y a la vez alentar el riesgo en los proyectos más rompedores. En muchos casos, posiblemente se precise de una estructura firme para la agenda operativa y otra mucho más flexible –dictada por las oportunidades que se vayan descubriendo- para la agenda emergente.
Una de las mejores maneras de combinar el desafío de la innovación con el día a día es organizarse por proyectos, de forma que éstos tengan su propia asignación de tiempo, recursos y alcance.