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Como ya se ha dicho, la dificultad no está en saber que hay que innovar sino en saber cómo, hacerlo y atreverse a convertirlo en un hábito dentro de la organización. El reto hoy en día no está en innovar, sino en seguir haciéndolo cuando ya se ha tenido éxito.
Generar ideas válidas más o menos novedosas es sólo el punto de partida. En un mundo abierto a la creatividad resulta fácil enamorarse de las ideas o conformarse con los proyectos ya realizados y volverse asombrosamente estéril. Por eso los hábitos organizativos que promueven la innovación son tan importantes o más que la calidad de las ideas o el éxito de algunas innovaciones pasadas.
Lo verdaderamente difícil (y necesario) es transformarse en una empresa sistemáticamente innovadora. Pero pasar de innovar a ser innovador requiere un cambio cultural profundo. Bien podemos decir que para convertirse en una empresa (habitualmente) innovadora se requiere construir algunos hábitos específicos tanto en las personas como en la cultura colectiva. ¿Cuáles son esos hábitos?, ¿cómo generarlos?, ¿cómo contagiar la actitud innovadora a toda la organización?
Como cuando queremos promover hábitos alimenticios sanos entre los niños, debemos completar al menos dos etapas: primero, concienciar; después, entrenar. La tarea de concienciar ha comenzado ya en el esfuerzo por generar una actitud favorable a la innovación. En cuanto al entrenamiento, también se habrá avanzado mucho si ya se han llevado a cabo algunos proyectos innovadores. Lo que ahora toca es consolidar los avances y organizarnos de tal forma que los proyectos de innovación colisionen lo menos posible con el día a día de la empresa, que es el que nos da de comer hoy por hoy.