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Siguiendo con el símil de la navegación utilizado en las entradas previas, una vez que hemos descubierto nuevas tierras y desembarcado en ellas, ha llegado el momento de explorarlas para comprender qué pueden ofrecernos.
Para mantener en una organización el espíritu juvenil de aventura que requiere la innovación es preciso dotarse de un modelo de negocio que permita la exploración y experimentación continuadas. Porque ya no vale con innovar de cuando en cuando, sino que tenemos que ‘sistematizar’, por así decir, la innovación.
Por supuesto, eso requiere dotarse de la estructura adecuada, así como operativizar determinadas prácticas como la generación constante de ideas, la captación de tendencias, la identificación de los cambios en los usuarios, el prototipaje, la tolerancia a los errores, etc. Pero, sobre todo, una cultura de la curiosidad, la indagación, el atrevimiento y la constancia en el desafío. Lograr que todos hagan y perseveren en el empeño ante la incertidumbre de lo desconocido.
Se trata de instalar una sistemática que lleve a innovar continuamente hasta el punto de generar hábitos colectivos de innovación. Tal y como se propone en La estrategia del océano azul, el propósito es descubrir nuevos espacios en los que no haya competencia, océanos libres del rojo de la lucha por mercados saturados.