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Cuando pensamos en innovación tendemos a imaginar invenciones llevadas a cabo por grandes empresas que cuentan con un presupuesto para I+D muy elevado. Además, solemos asociar la innovación con cambios tecnológicos. De esta manera corremos el riesgo de dejar fuera de la innovación a las pymes, ya que puede parecer que no disponen de la capacidad financiera para innovar.
Nada más lejos de la realidad. Como magistralmente señala Tim Brown, «en la medida en que el centro de la actividad económica en el mundo desarrollado se está trasladando inexorablemente de la industria manufacturera a la generación de conocimiento y la prestación de servicios, la innovación se ha convertido nada menos que en una estrategia de supervivencia» (Change by Design). Esto apela a las grandes corporaciones pero indudablemente también a las pymes, que deben luchar por ofrecer productos o servicios atractivos para diferenciarse entre una oferta cada vez más cualificada y competitiva. La innovación no es solo tecnología; «no se limita ya -continúa Tim Brown- a la introducción de nuevos productos físicos, sino que abarca también nuevos procesos, servicios, interacciones, fórmulas de entretenimiento, así como maneras de comunicarse y colaborar.»
Según Cotec, las pequeñas y medianas empresas aportan el 66% del Valor Añadido Bruto y representan el 75% de los puestos de trabajo en España. Se deben considerar en consecuencia como un pilar imprescindible en la economía.
La mejor manera que tiene una empresa de crecer es la innovación, que le permite acceder al mercado global en condiciones competitivas. Con la crisis, muchas empresas se han replegado para capear el temporal lo mejor posible, con lo que la innovación ha pasado en muchos casos a convertirse en un lejano deseo.
Si bien esta estrategia probablemente sea imprescindible en un primer momento para parar el golpe, resulta insuficiente en el medio y largo plazo. Se ha repetido con harta frecuencia que la única estrategia posible para las empresas occidentales pasa por una innovación constante y sistemática con la mira puesta en los mercados globales. Todo parece indicar que ha llegado el momento, para los que aun no lo han hecho, de poner en marcha este cambio de estrategia: del mero mantenerse a flote arrojando por la borda pesos muertos a empeñarse en un esfuerzo innovador continuo.
No cabe duda de que esto es más fácil decirlo que hacerlo. Por eso en próximos artículos trataremos de indagar cómo también las pequeñas y medianas empresas pueden generar la necesaria sistemática de innovación que las mantenga en el mercado durante los próximos lustros.