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IMG_0788El auge de la dirección estratégica como paradigma de lo que debería ser el management ha contribuido durante este tiempo a una mejora significativa de la competitividad y eficiencia de las grandes corporaciones, pero también, paradójicamente, a que se genere un excesivo encumbramiento del corto plazo. Así, directivos de grandes corporaciones, en su afán por mostrar los mejores resultados a corto y presionados por unos mercados financieros cada vez menos pacientes, han provocado algunos de los escándalos corporativos que tristemente han marcado el comienzo del siglo XXI (Enron, Worldcom, Arthur Andersen, Parmalat…). Escándalos en los que se combinaban conflictos de interés, oportunismo, cortoplacismo y ambición desmesurada y, a tenor de los resultados obtenidos, una concepción equivocada de la empresa.

Tal acumulación de escándalos corporativos ha llevado a las empresas a modificar los sistemas de incentivos de la alta dirección. A los políticos, a reformar los mecanismos de control y supervisión de las grandes corporaciones. A las escuelas de negocios, a rediseñar el currículo básico de sus MBAs. Y a los académicos, a repensar la esencia de esa disciplina que llamamos management.

Precisamente, a raíz de los escándalos y las malas prácticas de gestión, en los últimos años han cobrado gran importancia en los círculos académicos -y también en las empresas- temas como la ética empresarial, el buen gobierno corporativo, la responsabilidad social o la relación de la empresa con los stakeholders; temas en los que el objetivo es lograr una mejor comprensión de la relación de la empresa con la sociedad en la que opera, así como del rol de la alta dirección, no sólo en la construcción de empresas económicamente eficientes, sino también socialmente respetables. En las tres últimas décadas se han publicado innovadoras propuestas que abordan estas cuestiones, algunas de autores destacados como Edward Freeman, Jim Collins, Jerry Porras o Lex Donaldson.

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