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Chester Barnard, en la que fuera su gran obra: The functions of the executive, nos propone una distinción entre eficiencia y eficacia que desafía la comúnmente admitida. Él no parte de disquisiciones académicas más o menos elaboradas, sino que se apoya en su larga y exitosa experiencia directiva.
Sugiere que la eficiencia hace referencia a los propósitos meramente personales que pueda tener el individuo; en tanto que la eficacia atañe a los objetivos comunes a toda la organización. Pero lo importante es que estos objetivos comunes se deben relacionar e integrar directa o indirectamente con las metas individuales. Cada miembro de la empresa necesita, por consiguiente, alcanzar de manera simultánea los objetivos organizacionales, para mantenerse o crecer en la organización; y sus objetivos personales, para lograr la satisfacción de sus necesidades o deseos particulares.
Por tanto, en los términos utilizados por Barnard, cada empleado necesita ser a la vez eficaz (respecto a los propósitos de la compañía) y eficiente (respecto a sus propias metas personales). En consecuencia, la labor de dirección consistirá sobre todo en hacer compatibles a la vez ambas clases de objetivos, sin que ello signifique que deben ceder siempre los individuales a favor de los colectivos.
En mi opinión, esta sencilla diferenciación manteniendo la vinculación entre objetivos organizacionales y personales se mantiene hoy en día en plena actualidad y vigencia.