Etiquetas
A raíz de una aportación de Charly comentando mi entrada anterior, comencé a darle vueltas a la idea de distinguir tres grupos de dificultades para innovar. Estos tres grupos se diferencian por la fuente de la que proceden las dificultades. Serían los siguientes:
- barreras personales,
- barreras internas de la organización, y
- barreras ambientales o externas.
Tras esta aparentemente lúcida y lógica clasificación, me puse a enumerar de nuevo los frenos a la innovación, clasificándolos esta vez dentro de cada uno de los tres grupos mencionados. Para mi sorpresa, casi todos caían -a veces con dudas- en uno de los dos primeros apartados. Es decir, apenas encontré obstáculos que pudiéramos considerar «externos» a la organización. Lo cual me parece una indudable buena noticia porque si, en general, tendemos a transformar los obstáculos en excusas tras las que parapetarnos para mantenernos calentitos donde estamos, esto ocurre de manera singular con las amenazas o dificultades que vienen de fuera. Sobre las barreras personales u organizativas tenemos capacidad de actuar, pues su locus de causalidad está bajo nuestro dominio. ¡Podemos!
Casi me da vergüenza mencionar esas barreras externas porque seguro que algún lector despierto es capaz de identificar más que yo. En fin, allá vamos:
- La presión de los accionistas sobre los resultados trimestrales o a corto.
- Los clientes preferentes están contentos con lo que hay y no demandan novedades sino que más bien reniegan de ellas.
- Si el negocio va bien, no lo cambies.
Poca cosa, ya lo he dicho. Por supuesto, podríamos aludir a la falta de apoyo de autoridades y legislaciones, pero eso no me parece un obstáculo sino más bien una carencia, que no es lo mismo. Cabe argüir, eso sí, las laberínticas dificultades que enfrenta cualquier emprendedor para poner en marcha su idea de negocio. Pero, cuando hablamos de innovación entiendo que nos referimos a un fenómeno más amplio.
Por el contrario, enumerar los obstáculos personales u organizativos me ha resultado indudablemente más sencillo. Y es un ejercicio que recomiendo, pues al ponerlos por escrito parece que de alguna manera se conjuran: «Sí, ahí están: son muchos, pero sé dónde se encuentran y eso me hace más fácil saltármelos sin caer en la trampa.»
Como decía uno de mis maestros:
«Optimista es el que dice que vivimos en el mejor de los mundos posibles; el pesimista es el que se lo cree.»
Pues eso, para los optimistas, en la próxima entrada: las barreras personales para innovar.
Buenas Iñaki, estoy de acuerdo con la tres barreras. Creo que a la hora de abordarlas primero hay que empezar por las personales, solo cuando se han derribado suficientes barreras personales para crear una corriente innovadora, se puede pasar al siguiente nivel, las organizacionales. Y en último lugar se deberían afrontar las externas o ambientales. Si el orden es otro, siempre iremos a solucionar y dedicar tiempo a las personales. Lo que más preocupa e interesa a las personas es lo más cercano, lo que más nos afecta. Mientras esas barreras persistan irán restando fuerza en los siguientes niveles. Eso no quiere decir que tengan que caer todas las barreras (siempre habrá alguna que seguir trabajando) pero si las suficientes como para liberar energias, para afrontar el siguiente nivel. Un saludo.
Me gustaMe gusta
Gracias por tu comentario, Aitor. Me hace pensar. Hasta ahora no me había planteado el orden en el que se debieran derribar las barreras (reales o aparentes, pues algunas son más bien mitos), por lo que tu aportación me abre un cauce nuevo. Muchas gracias. En el siguiente post hablo de las barreras personales. Luego habrá que ver cómo vencerlas (o quizá no).
Me gustaMe gusta