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Dirección, innovación, lecturas, management, organizaciones, Pensamientos
Mary Parker Follett entiende la administración como el arte de hacer las cosas mediante las personas. Comparte la premisa taylorista de que patrones y obreros convergen en un fin común, pero observa que usualmente la separación entre jefes y subordinados se torna artificialmente rígida y oscurece dicha convergencia natural. Dado que la empresa responde tanto a los intereses de los dueños como de los trabajadores, debe enfocarse como un empeño colaborativo. Esto no significa que haya que ceder la propiedad a los trabajadores, pero sí otorgarles poder y responsabilidad. Las experiencias que vivió en primera persona la convencieron de que la responsabilidad hace crecer al hombre, por lo que propuso otorgar mayor autonomía a los trabajadores en el desempeño de su labor. Una propuesta sin duda contracorriente en un momento en que las cadenas de producción en masa estaban en su máximo apogeo.
Coincide con la Administración Científica en que existen principios de gestión comunes a todo tipo de organizaciones. Pero, como contrapartida al mecanicismo imperante, enfatiza la importancia de las relaciones interpersonales y de las emociones, así como el carácter social de los procesos productivos.
Frente al taylorismo, defiende que no existe una manera superior y única de hacer bien las cosas (the best way), sino que cada situación debe valorarse según las personas involucradas, los recursos disponibles, el tiempo, el contexto particular y los objetivos propuestos. No cabe, por tanto, una decisión o acción correcta si se prescinde del análisis y la consideración de la situación concreta. Esta postura, que ha dado en llamarse “Ley de la situación”, sostiene también que pueden resolverse armoniosamente los retos empresariales integrando las necesidades individuales con los propósitos de la organización.
Tradicionalmente se ha considerado a Mary Parker Follett una abanderada del humanismo, pues no basa sus observaciones en laboriosas investigaciones empíricas ni en mediciones de tiempos y movimientos, sino en un esfuerzo de reflexión sobre la naturaleza del hombre y su comportamiento en sociedad. Una reflexión que, lejos de un idealismo abstracto, arranca de su propia experiencia coordinando el trabajo de muchas personas en entornos con frecuencia adversos. Insiste en la necesidad de comprender al hombre entero en toda su complejidad, para lo que se debe superar la compartimentación mental ante los problemas: no hay problemas psicológicos, éticos o económicos, sino problemas humanos que revisten, eso sí, aspectos psicológicos, éticos o económicos.
El enfoque humanista supone, pues, un neto distanciamiento del taylorismo. Follett advirtió varias veces sobre los peligros de la Administración Científica llevada al extremo: “Nunca podremos separar del todo lo humano y el aspecto mecánico (…) El directivo empresarial que quiera cosechar los frutos de la dirección científica debe entender primero el complejo funcionamiento interno de los grupos humanos”.
Con este planteamiento humanista –expuesto por Follett pero también por Elton Mayo, Chester Barnard o Hugo Münsterberg– se produce una revolución conceptual: del énfasis antes puesto en la tarea y en la estructura organizativa (Administración Científica y Teoría Clásica, respectivamente) al acento en el comportamiento de las personas que conforman las organizaciones. Es decir, a los aspectos técnicos y formales hay que sumar los psicológicos, sociológicos y antropológicos.