Una pregunta que todos nos hacemos de cuando en cuando y a la que intenta responder la revista Capital en un reciente número poco menos que monográfico. ¿Quién manda en el mundo?, ¿quién está detrás (o delante, según se mire) de las grandes decisiones que terminan afectando a buena parte de la humanidad?, en definitiva, ¿quién maneja los hilos? Preguntas todas ellas que en los tormentosos días que vivimos vienen quizá con más frecuencia a la mente.
De entrada, la respuesta que más me convence es: nadie. O, lo que es lo mismo, mucha gente. Es decir, no creo que hoy en día se pueda afirmar seriamente que hay un amo del mundo (bueno, al menos no un amo humano, ya que hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey y eso nos eleva el punto de mira). Mantengamos el discurso de tejas abajo. En ese ámbito, tampoco soy muy proclive a aceptar a ojos cerrados las llamadas “teorías de la conspiración”, que apuntan a una aristocracia universalmente coordinada que nos gobierna. Lo que no significa que ignore la existencia y eficacia de grupos de presión o de intereses particulares que tratan de influir en las políticas de las naciones o de las grandes compañías.
Resulta innegable, a mi juicio, que la vida humana en el planeta Tierra está más interrelacionada de lo que nunca antes en la historia lo ha estado, hasta el punto de que hoy se pueda hablar con sentido de “la humanidad” como de una cierta unidad. Muy variada, muy dividida e, incluso, muy enfrentada, pero formando un todo de relaciones de mutua influencia casi inmediata. Se trata de una de las muchas realidades que ha resaltado la tormenta económica que estamos padeciendo: unos dependemos de otros, y casi en tiempo real. Pero, siendo esto cierto y generalmente aceptado, no demuestra por sí solo la tesis de que una pequeña élite de escogidos gobierna el mundo.
Volviendo a la pregunta del título se me ocurren varias respuestas válidas (y considero que complementarias):
- Mandan (los gobiernos de) los países ricos.
- Mandan las multinacionales más poderosas.
- Mandan las organizaciones internacionales.
- Por último, consideremos la cuota de influencia de los grupos de presión u organizaciones más o menos secretas.
Vayamos por orden. ¿Mandan los dirigentes de los países ricos?
Desde luego. Los medios de comunicación siempre les han prestado mucha más atención que a, pongamos por caso, los líderes empresariales más conocidos. Así ha sido hasta ahora y así sigue siendo hoy. Eso hace que, lógicamente, al público en general le resulten más familiares los mandatarios de los principales países que los empresarios más exitosos. Lo podemos comprobar cada vez que hay una cumbre en la que se reúnen representantes de ambos estamentos. Por otro lado, la actual crisis financiera ha puesto de relieve que incluso los bancos más grandes y reputados son vulnerables, y pueden llegar a desaparecer si no son sostenidos –y/o rescatados- por los estados; es decir, por los contribuyentes. Esto que hemos visto que les sucede a los bancos, también vemos que les va sucediendo a las compañías automovilísticas, inmobiliarias, de electrodomésticos, electrónica, etc.
Cabe aceptar, por tanto, que a través de las intervenciones y nacionalizaciones de los bancos, las ayudas para la financiación y estímulo del consumo, unas regulaciones financieras más exigentes, los desembolsos para la reactivación económica (posibilitados por la capacidad de endeudamiento de los estados a tipos bajos) y otras medidas a apoyo similares, los gobiernos se han puesto de nuevo al frente, tras perder en las últimas décadas cierto protagonismo frente al poder económico. De entre las naciones poderosas, la más fuerte parece sin duda Estados Unidos –con casi un tercio del PIB mundial-; tras ella, Japón, Alemania, China, Reino Unido, Francia, Italia y España. En esta relación aún encontramos una importante representación de países europeos, pero debe admitirse que se trata de una lista más provisional que nunca y con una estabilidad manifiesta. De hecho, el tsunami financiero está acelerando el desplazamiento del centro económico de Occidente a Oriente. En cualquier caso, está quedando patente que, tras años de reinado del liberalismo del mercado, los estados están recuperando protagonismo y poder. Pero, ¿por cuánto tiempo? Se aceptan predicciones.
¿Mandan las grandes multinacionales?
Durante los últimos lustros hemos oído repetir con frecuencia que la mitad de las cien primeras economías del globo son empresas. Cierto, pero según cómo lo midamos. Es verdad que las 250 firmas más grandes del planeta alcanzan una facturación equiparable a un tercio del PIB mundial (es decir, del tamaño de US); que sólo las ventas de Exxon o de Shell superan el PIB de Noruega, Austria, Argentina, Dinamarca o Arabia Saudí; que General Electric cuenta con 785 filiales en el extranjero, muy por encima del número de embajadas de cualquier país; y que de las 100 mayores economías del mundo, 45 son empresas. Pero, ¿significa eso que cuentan con más poder que los estados? No necesariamente. En primer lugar, las ventas de una compañía o su valor bursátil no son estrictamente comparables al PIB de un país. En segundo lugar, los directivos de las multinacionales desempeñan una función fiduciaria: deben rendir cuentas a sus accionistas y, cuando vienen mal dadas, suelen ser reemplazados. Tercero, las empresas no son eternas: algunas sucumben, otras se transforman y otras son absorbidas. Claro, tampoco las naciones más poderosas tienen asegurada su hegemonía de manera permanente; de hecho, ha signos de que el denominado primer mundo va cediendo terreno a favor de las conocidas como economías emergentes. Eso también se refleja en sus empresas: multinacionales como Mittal, Cemex o Tata van ganando progresivamente músculo y presencia en los mercados internacionales. Así, de las 500 de Fortune, 140 tienen pasaporte estadounidense, pero ya se cuenta con 58 que proceden de Brasil, Rusia, India o China (BRIC).
¿Mandan las organizaciones internacionales?
Se trata de un conjunto de instituciones que abarca tanto organismos de corte político (por ejemplo, la ONU o la OTAN) como de contenido económico (OCDE, OMC, FMI, BM, OIT) que dan lugar a toda una sopa de letras. Llevan décadas sufriendo constantes y severas críticas, pero la globalización las está haciendo más necesarias que nunca. Sea como fuere, debe reconocérseles al menos cierto papel en la pacificación del planeta, como mínimo desde mediados del siglo pasado. Asimismo, han creado un armazón de seguridad que ha contribuido a evitar últimamente una réplica de la Gran Depresión del 29. Sin embargo, están bajo el punto de mira de los países emergentes, que las ven como organizaciones creadas por y en beneficio de los países ganadores de la Segunda Guerra Mundial. A la vez que se las ataca, se añora cierto gobierno global que sea capaz de hacer frente a problemas como el cambio climático o la desregulación financiera por encima de los intereses particulares de los países. Entre las que están más urgidas de reforma se encuentran quizá el FMI y el BM: resulta anacrónica, por poner un ejemplo, la costumbre de que los europeos nombren a la máxima autoridad del FMI y los norteamericanos hagan lo propio con el BM.
Sin duda, por discutidas que se encuentren, las organizaciones internacionales mantienen una gran influencia, que comparten con las grandes corporaciones y con los gobiernos de las naciones más desarrolladas. Pero tampoco podemos dejar de considerar que cada vez tienen más peso nuevos actores como las asociaciones supranacionales (por áreas geográficas o afinidades), los fondos de inversión o las ONG y los países emergentes (cada vez más voces pronostican la muerte del G-8 a favor del G-20). Por último, también se habla del poder de los grupos más o menos secretos como el Club de Biderberg o la Trilateral, al que se unen la creciente influencia de los think tanks, los bloggeros más respetados o los lobbys.
En definitiva, mandan los gobiernos (especialmente los de los países más ricos), pero ni mandan solos ni tienen asegurada esa hegemonía. También mandan las grandes corporaciones multinacionales, de la misma manera que mandan los organismos globales, las entidades sociales o las naciones emergentes. Es decir, nadie manda solo, el poder está bastante repartido, es un combinado de estrategias colectivas.
El asunto es qué cuota de participación tenemos los individuos anónimos en las decisiones de estos mandatarios, ya sean empresas, gobiernos, organismos supranacionales, sociedades más o menos discretas… por que da la sensación de que caminamos hacia un nuevo despotismo ilustrado… Y otro asunto a valorar sería hasta qué punto nos afecta lo que ellos deciden
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